74 minutos de sonido: la historia y el funcionamiento del CD, que se convirtió en el estándar musical durante décadas

74 minutos de sonido: la historia y el funcionamiento del CD, que se convirtió en el estándar musical durante décadas

Recordamos la época dorada de los formatos físicos, que el streaming no logró eclipsar.

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En la era de los servicios de transmisión y las tecnologías inalámbricas, los discos compactos parecen un anacronismo, un símbolo de tiempos pasados cuando la música se almacenaba en soportes físicos. No obstante, pese a su avanzada edad desde el punto de vista tecnológico, los CD siguen siendo una solución de ingeniería sorprendentemente elegante, que combina óptica, microestructura y electrónica en un único dispositivo.

El principio de funcionamiento de los discos compactos se basa en la capacidad del láser para leer información codificada en forma de pequeños huecos y zonas lisas en la superficie del disco. Estos elementos —las llamadas «muescas» y «planicies»— forman un código binario, es decir, una secuencia de ceros y unos que la unidad óptica convierte en una señal digital.

El tamaño de una de estas muescas es de apenas unos micrómetros, lo que las hace invisibles a simple vista. Al girar el disco, el haz láser incide sobre su superficie y se refleja de forma diferente según la topografía —esa diferencia se registra y se traduce en impulsos eléctricos que se convierten en audio, vídeo u otro contenido digital.

Con la aparición del DVD, esta tecnología evolucionó: al reducirse el tamaño de las muescas se pudo aumentar significativamente la capacidad de datos en un solo medio. Gracias a ello, el DVD se convirtió en un formato conveniente para almacenar vídeo, mientras que el CD permaneció, sobre todo, como un estándar para la música.

A principios de los 2000 también se popularizaron los discos regrabables CD-RW. A diferencia de los discos normales, permitían al usuario grabar y borrar información por sí mismo. Su superficie se recubría con una capa de tinte orgánico fotosensible aplicada sobre una base reflectante —a menudo de oro. Al grabar, un láser potente calentaba la capa de tinte y provocaba cambios microscópicos que se fijaban como nuevos datos. Gracias a esto, el disco se podía reutilizar en múltiples ocasiones.

También existe cierta semejanza entre los CD y los discos de vinilo, aunque difiere de forma fundamental el modo de lectura de la información. El vinilo emplea una aguja mecánica que sigue las ranuras y transmite una señal de sonido analógica. Los discos compactos sustituyen la aguja por un láser y trabajan con datos digitales, lo que los hace menos vulnerables al desgaste y a influencias externas.

Aunque los discos compactos hoy han quedado en segundo plano, cediendo terreno a los servicios digitales, su diseño sigue siendo un ejemplo claro de ingeniería tecnológica fina, que unió física, óptica y procesamiento digital de señales en una forma compacta que durante décadas proporcionó acceso estable a la música y a los datos.

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