Por qué la vigilancia digital en los baños no frena la adicción de los adolescentes al vapeo y solo aumenta la desconfianza

En muchas escuelas se están instalando sistemas destinados a rastrear el uso de vapeadores en los baños, y una investigación de The 74 muestra que con ellos se está formando un nuevo modelo de vigilancia digital que afecta la privacidad de los estudiantes mucho más que las medidas tradicionales de control. Los sensores se colocan en espacios que siempre se consideraron inviolables para los sistemas electrónicos, y sus funciones hace tiempo que superan la mera detección de vapores de nicotina y cannabis.
Los dispositivos que usan muchos centros educativos están equipados con micrófonos, son capaces de reconocer sonidos agudos, indicios de agresión, palabras clave y otros signos de posibles incidentes. Los fabricantes promueven la idea de que estos sistemas pueden recordar en capacidades a casi una cámara completa, solo que sin flujo de vídeo. Algunas versiones permiten detectar la cantidad de personas en un espacio y la duración de su permanencia allí. Esto genera preocupación entre quienes estudian el impacto de las tecnologías en el entorno escolar: los límites de la vigilancia aceptable se vuelven cada vez más difusos y los adolescentes quedan bajo control en lugares donde la privacidad se consideraba algo natural.
Un nivel adicional de alarma surgió tras la demostración de investigadores de una vulnerabilidad en los modelos HALO, fabricados por una división de Motorola. El fallo permitía interceptar el funcionamiento de los micrófonos y provocar falsas alarmas. El fabricante reconoció la existencia de un defecto crítico relacionado con la elección de contraseñas y comunicó la publicación de actualizaciones. Teniendo en cuenta que dispositivos similares están instalados en los baños, la posibilidad de escuchas remotas se convirtió en un argumento serio para los críticos, que advierten sobre los riesgos de filtración de datos y de una monitorización incontrolada.
Los periodistas descubrieron que las escuelas combinan el trabajo de los sensores con cámaras de vídeo situadas en las entradas de los baños, comparan las grabaciones con los momentos de activación de los detectores y determinan las personas que entraron en los espacios en el intervalo de tiempo correspondiente. Esto acentúa la preocupación: formalmente las cámaras no miran hacia el interior de los baños, pero de hecho crean un circuito de vigilancia conectado que permite vincular una señal anónima con un estudiante concreto.
La crítica viene tanto de especialistas médicos como de organizaciones civiles. Los docentes señalan que el flujo de notificaciones se convierte en un fondo constante, que distrae del trabajo y transforma al personal en operadores de control. Grupos que se oponen a la excesiva digitalización en las escuelas detectan una tendencia por la que los sistemas de vigilancia empujan a las administraciones hacia sanciones disciplinarias en lugar de ofrecer ayuda a los adolescentes que sufren adicción o dificultades emocionales. Algunos estudiantes afirman que la perspectiva de una intervención aún más profunda —incluido el temor de que algún día puedan aparecer cámaras en los baños— les provoca ansiedad y una sensación de desconfianza.
La investigación muestra que este tipo de tecnologías conduce a un aumento del control, pero no responde al problema que lleva a los adolescentes a usar vapeadores. En lugar de recibir ayuda para superar la adicción, los alumnos se encuentran con un sistema en el que los sensores digitales se convierten en una herramienta de vigilancia y la privacidad cede ante la idea de una monitorización total.