Los jóvenes explican por qué las «buenas intenciones» de los funcionarios pueden volverse en su contra y acabar siendo una auténtica catástrofe para ellos.

La nueva iniciativa del gobierno australiano, destinada a limitar el acceso de los adolescentes a las redes sociales, ya provoca un vivo debate entre quienes se verán directamente afectados. Quedan pocos días para que la prohibición entre en vigor, y jóvenes miembros del consejo del Teatro Australiano para la Juventud comparten su opinión sobre las consecuencias que afronta su grupo de edad.
La prohibición sería el primer paso de este tipo en el mundo. No obstante, medidas similares ya se están considerando en Malasia, Dinamarca y Noruega, y en la Unión Europea hay avances hacia restricciones parecidas. Las autoridades australianas explican la decisión por el deseo de reducir los riesgos para el bienestar mental de los adolescentes y de disminuir la influencia de contenido dañino. Sin embargo, en el país existe un amplio abanico de dudas: desde el temor de que la prohibición lleve a los jóvenes a plataformas en línea menos seguras, hasta preguntas sobre su impacto en derechos y sobre la eficacia real de la medida.
Parte de los adolescentes considera que las autoridades han dirigido los esfuerzos en la dirección equivocada. Saray Adas, de catorce años, señala que la fuente del contenido tóxico con mayor frecuencia son autores adultos y comentaristas políticos, y que los adolescentes solo cosechan las consecuencias de sus acciones. Adas considera importante el desarrollo de la alfabetización mediática, que en el currículo escolar recibe aún poca atención, especialmente con el creciente papel de los algoritmos y los sistemas de IA. Según ella, renunciar a las redes sociales privará a muchos de la posibilidad de mantener conexiones internacionales, desarrollar habilidades creativas y obtener ideas.
Pia Monte, de trece años, no usa los servicios que se prohibirían, pero está preocupada por quienes dependen de ellos. Una postura similar muestra Grace Go, de catorce años, para quien la restricción difícilmente supondrá un cambio importante: se comunica principalmente a través de mensajería y está convencida de que la mayoría de sus compañeros o bien aguantará el periodo, o bien encontrará vías alternativas.
Euan Buchanan-Constable, de quince años, subraya que los sitios de alojamiento de vídeo le ayudaron a formar intereses creativos. Cree que la protección de los adolescentes puede lograrse mediante una educación más temprana sobre comportamientos seguros en la red, en lugar de un bloqueo total de servicios. Según su obseración, los adultos tienden a exagerar el papel de las redes sociales en la vida juvenil, aunque para muchos forman solo una parte de fondo del día.
Emma Williamson, de quince años y a punto de cumplir dieciséis, percibe la restricción como un inconveniente temporal y, al mismo tiempo, como una oportunidad para desconectarse de la corriente incesante. Destaca que en el programa escolar se discute sobre el ciberacoso pero casi no se abordan las cuestiones del uso saludable de las plataformas digitales. En su opinión, los esfuerzos del Estado deberían dirigirse a la formación y no a la prohibición.
Las opiniones de los adolescentes coinciden en algo: las redes sociales se han convertido en una parte importante de su comunicación y de su identidad, y una limitación brusca del acceso no resolverá los problemas estructurales del entorno en línea. Muchos creen que, sin cambios significativos en la regulación de las plataformas y en el desarrollo de la alfabetización digital, el nuevo enfoque podría ser solo una medida temporal que no toque las raíces del problema.