Cómo el cónclave se protege de filtraciones durante la elección papal.
Tras la muerte del Papa Francisco, el Vaticano se prepara para uno de los eventos religiosos más significativos y herméticos: el cónclave en el que cardenales de todo el mundo elegirán al nuevo pontífice. Según el canon eclesiástico, el proceso debe comenzar a más tardar veinte días después del fallecimiento del líder de la Iglesia Católica. Pero en 2025, la organización de este antiguo ritual enfrenta desafíos que no existían en siglos anteriores.
Las amenazas modernas a la confidencialidad son sin precedentes: entran en juego drones con microcámaras, inteligencia artificial capaz de leer labios, satélites de alta resolución, dispositivos de grabación en miniatura y una red global de plataformas sociales donde cualquier filtración se convierte en noticia mundial en segundos. En estas condiciones, la tarea del Vaticano no es solo asegurar el silencio y el aislamiento, sino crear una cápsula tecnológicamente impenetrable donde la votación se realice completamente aislada del mundo exterior.
La experiencia de cónclaves anteriores, especialmente la elección del Papa Francisco en 2013, demuestra que el Vaticano se prepara con antelación para tales escenarios. Desde entonces, las medidas de seguridad se han reforzado considerablemente. El área donde viven y trabajan los cardenales durante el cónclave se convierte en un búnker digital. Se instalan inhibidores que bloquean todo tipo de señales de radio —desde telefonía móvil hasta Wi-Fi—. Incluso si un dispositivo prohibido logra entrar, quedará inutilizado.
La inspección técnica de los espacios comienza varios días antes de la llegada de los participantes. El personal de seguridad revisa paredes y muebles en busca de micrófonos ocultos, microcámaras láser y otros posibles dispositivos de espionaje. Cada persona autorizada a entrar pasa por un control riguroso: se escanean bolsos, ropa y calzado, incluso con equipos de rayos X si es necesario. La posibilidad de introducir un dispositivo de grabación o transmisión de información es mínima.
Una medida adicional es cubrir las ventanas con una película opaca especial. Esto se aplica no solo en la sala de reuniones, sino también en los dormitorios de los cardenales. La razón es que los satélites modernos pueden distinguir rostros desde la órbita, y los algoritmos de IA pueden leer los labios. Las ventanas se cubren incluso antes de la llegada de los participantes, para eliminar cualquier intento de observación visual. Además, se les prohíbe acercarse a las ventanas o abrirlas durante todo el proceso.
Para 2018, el sistema de videovigilancia del Vaticano ya contaba con 650 cámaras controladas desde un centro subterráneo. Desde entonces, la red se ha ampliado y modernizado. Además, dos cuerpos se encargan de la seguridad: la Gendarmería Vaticana —la policía local— y la Guardia Suiza Pontificia. A pesar de su uniforme histórico con mangas abombadas y alabardas, los guardias reciben entrenamiento al nivel de unidades especiales y disponen de armamento moderno —desde rifles automáticos hasta lanzagranadas—.
El territorio del Estado del Vaticano ocupa solo 0,44 kilómetros cuadrados. Sin embargo, en el día del anuncio del nuevo Papa, decenas de miles de peregrinos, periodistas, diplomáticos y fieles se congregarán allí. Se estima que el número de visitantes podría alcanzar los 200.000. En un contexto en el que cada teléfono inteligente es una cámara potencial y una fuente de filtración, el Vaticano debe actuar como una fortaleza de alta tecnología que protege el secreto del momento en que se decide el futuro de mil quinientos millones de católicos en todo el mundo.