Durante un siglo nos dijeron que la Vía Láctea chocaría con Andrómeda. Ahora: «bueno… no necesariamente»

Durante un siglo nos dijeron que la Vía Láctea chocaría con Andrómeda. Ahora: «bueno… no necesariamente»

¿Nos espera entonces una colisión con una galaxia gigante en el futuro?

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La Vía Láctea y Andrómeda han sido vecinas desde hace mucho tiempo, y su “rumbo de colisión” se ha convertido casi en un cliché cultural en documentales, artículos y libros de divulgación científica. Se pensaba que el colapso ocurriría en unos 5 mil millones de años, dando lugar a la fusión de ambas galaxias en una sola. Sin embargo, una nueva investigación de astrofísicos finlandeses y británicos ofrece una visión más ambigua.

Un equipo liderado por Timo Savola de la Universidad de Helsinki publicó en la revista Nature Astronomy un estudio que pone en duda la inevitabilidad de dicha fusión. A diferencia de los modelos anteriores, donde muchos parámetros se fijaban a valores promedios, en esta ocasión los cálculos se basaron en una amplia gama de supuestos.

Los resultados fueron sorprendentes. Al modelar decenas de miles de trayectorias posibles para la Vía Láctea y Andrómeda, los investigadores descubrieron que la probabilidad de que realmente se fusionen en los próximos 10 mil millones de años es de apenas el 50%.

Anteriormente, este escenario parecía casi inevitable. Todo comenzó con observaciones hechas a principios del siglo XX, cuando los astrónomos notaron que la luz de Andrómeda se desplazaba hacia el azul en el espectro. Este es el llamado efecto Doppler, que indica que el objeto se mueve en dirección al observador. La conclusión era obvia: la galaxia se está acercando.

Sin embargo, el movimiento hacia nosotros es solo una parte de la trayectoria. También existe un componente transversal —la velocidad propia— con la que Andrómeda se desplaza en el plano del cielo. Medir esta velocidad es mucho más difícil: en el fondo del cosmos, las galaxias se mueven tan lentamente que incluso tras décadas los cambios apenas son perceptibles. En estudios anteriores, este componente a menudo se ignoraba o se consideraba insignificante. Por eso el choque se asumía como inevitable: dos galaxias avanzando una hacia otra en línea recta no podían evitar colisionar.

El nuevo estudio no se basa en datos recientes, sino que reexamina los antiguos. Los científicos volvieron a analizar las mediciones recopiladas por los telescopios Hubble y Gaia, pero adoptando un enfoque distinto. En lugar de utilizar los valores más probables de velocidad y coordenadas, aceptaron que en la realidad pueden existir desviaciones. En cada uno de los miles de escenarios modelados, las condiciones iniciales variaban ligeramente: velocidad, dirección y posición de las galaxias.

Este enfoque no solo permitió reproducir las conclusiones de modelos previos —que se confirmaron al aplicar los mismos supuestos—, sino que también permitió evaluar el rango de posibilidades: en qué medida las trayectorias llevan a una fusión, y cuántas veces las galaxias simplemente se evitan. Esto fue lo que permitió replantear la confianza en el pronóstico anterior: ahora ya no parece la única opción.

La innovación clave del estudio fue incluir a dos participantes adicionales en esta danza cósmica: la galaxia del Triángulo (M33), satélite de Andrómeda, y la Gran Nube de Magallanes, un objeto masivo actualmente siendo atraído por la Vía Láctea. Aunque ambos son mucho menos masivos, ejercen perturbaciones gravitatorias notables en el sistema.

M33 empuja literalmente a Andrómeda hacia nuestra galaxia, aumentando las probabilidades de acercamiento. Mientras tanto, la Gran Nube de Magallanes tira de la Vía Láctea en dirección opuesta, reduciendo la probabilidad de contacto. Esta oposición genera una especie de equilibrio gravitacional: inestable, pero crucial.

Como se mencionó, en aproximadamente la mitad de los escenarios simulados, la Vía Láctea y Andrómeda realmente se fusionan en una sola galaxia. Pero en el resto, solo se acercan y pasan de largo, atrayéndose mutuamente sin llegar a chocar. En lugar de una fusión colosal, surge otra posibilidad: una especie de danza orbital, donde ambas galaxias giran juntas, permaneciendo como compañeras eternas sin convertirse en un solo cuerpo.

En cualquier caso, incluso si ocurre una colisión, es muy poco probable que tenga consecuencias directas para la Tierra. A pesar del tamaño de las galaxias, las estrellas están tan distantes entre sí que los choques directos son extremadamente raros. Más bien se trata de una redistribución de materia, la fusión de los halos gravitacionales y la transformación gradual de dos espirales en una forma elíptica alargada.

Pero incluso una posible “resolución pacífica” ofrece valiosas conclusiones. Cambia la visión sobre el comportamiento a largo plazo de las galaxias y muestra que incluso las teorías más consolidadas pueden ser solo casos particulares de dinámicas mucho más complejas.

La gran incógnita sigue siendo la velocidad transversal de Andrómeda. De ella depende el desenlace de toda esta historia: una mínima variación en ese desplazamiento lateral podría inclinar la balanza —ya sea hacia el colapso, o hacia una vecindad prolongada.

Los científicos esperan que futuras observaciones con mayor precisión ayuden a cerrar esta brecha de conocimiento.

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