Las máquinas ya no esperan ayuda, son su propio médico y constructor.
Durante mucho tiempo, los robots modernos han sido sistemas cerrados y rígidos, incapaces de cambiar de forma, crecer o autorrepararse por sí mismos. Sus cuerpos aún dependen de los humanos: si una pieza se rompe, se requiere la intervención de ingenieros; si necesitan una actualización, todo pasa por un taller. Pero un equipo de científicos de la Universidad de Columbia ha cambiado esta percepción al desarrollar el concepto de "metabolismo robótico", un enfoque en el que las máquinas no solo funcionan, sino que también pueden desarrollarse físicamente, curarse y modificarse utilizando recursos del entorno o de otros robots.
El nuevo sistema, presentado en la revista Science Advances, se inspira en principios biológicos. En los organismos vivos, una estructura modular permite reutilizar componentes —como aminoácidos o células— para la recuperación, el crecimiento y la adaptación. Según el profesor Hod Lipson de la Universidad de Columbia, esta modularidad y capacidad de autoservicio es lo que permitió a los seres vivos volverse tan flexibles. Aplicado a la robótica, este principio permitiría a las máquinas no solo tomar decisiones, sino también mantener su viabilidad física, como ocurre con el metabolismo en los sistemas vivos.
(ScienceAdvances)
El elemento central del desarrollo es el sistema Truss Link: un módulo magnético que visualmente recuerda a un juguete Geomag. Estos eslabones compactos pueden conectarse entre sí en distintos ángulos para formar estructuras complejas. Gracias a su simplicidad y versatilidad, permiten ensamblar formas bidimensionales que luego se transforman en robots tridimensionales. El principio fue validado en la práctica: uno de los robots tetraédricos construidos "creció" un elemento de soporte adicional, lo que le permitió aumentar su velocidad en un plano inclinado en un 66,5%.
Según el estudio, los robots con metabolismo podrán ensamblar o recolectar módulos adecuados, tanto del entorno como de otras máquinas. Esto abre la puerta a sistemas autosostenibles que no dependen de mantenimiento constante. Como señaló el autor principal del proyecto, Philipp Martin Weidler, en condiciones de verdadera autonomía no basta con independencia cognitiva: la máquina debe ser físicamente resiliente y capaz de adaptarse en tiempo real. Esto es especialmente relevante en entornos donde los humanos están ausentes: zonas devastadas, otros planetas, profundidades marinas o situaciones de emergencia.
(ScienceAdvances)
La investigación se llevó a cabo en el laboratorio Creative Machines, donde desde hace tiempo se desarrollan tecnologías capaces de superar las limitaciones físicas de los robots tradicionales. Según Lipson, la IA ya ha aprendido a pensar, aprender y adaptarse en el espacio digital. Sin embargo, el cuerpo físico sigue siendo un punto débil. Esto hace relevante el desarrollo de interfaces que permitan al intelecto artificial manifestarse no solo mediante acciones, sino también a través de la materia misma. Las máquinas podrán dar forma a su cuerpo según la tarea: nadar, volar, reptar o escalar terrenos irregulares.
A futuro, el equipo de investigadores visualiza un ecosistema en el que los robots se convierten en base de recursos para otros. Esto crea una oportunidad para el desarrollo de adaptación colectiva y cooperación física sin asistencia externa. Tales sistemas no solo podrán resolver nuevas tareas, sino también inventar sus propias formas de solucionarlas mediante la modificación estructural.
Contrario a la imaginación popular, no se trata aún de máquinas autorreplicantes al estilo de la ciencia ficción. Se trata de un paso práctico hacia la autonomía física, un paso sin el cual es difícil imaginar los robots del futuro que operarán en entornos remotos o peligrosos. La transición de máquinas rígidas a sistemas adaptativos similares a organismos ya no es un lujo teórico, sino una necesidad ingenieril en una era de tareas crecientes y presencia humana limitada.