Auriga Space ha ideado cómo ahorrar en el lanzamiento de satélites (y algo más).
Mientras algunas empresas siguen peleando por reducir el costo de los lanzamientos espaciales tradicionales, otras están replanteando por completo la lógica de llegar al espacio. En EE. UU. ha surgido un nuevo actor: Auriga Space. Este equipo no planea construir otro cohete de varias etapas ni busca simplemente una forma más barata de llegar a la órbita. Su propuesta es más radical: acelerar una nave con potentes electroimanes y luego “dispararla” por una rampa inclinada directamente hacia el cielo —sin propulsores convencionales y con un consumo mínimo de combustible.
A primera vista, la idea suena a locura. Pero Auriga ya ha recaudado 6 millones de dólares para desarrollar su tecnología —y no es la única inversión que el joven startup ha conseguido en poco tiempo. Entre los financiadores no solo figuran fondos privados, sino también agencias militares de EE. UU., como SpaceWERX y AFWERX. Todo indica un interés serio en el proyecto, no como mera hipótesis científica, sino como una solución potencialmente funcional.
En esencia, se trata de una especie de catapulta electromagnética: una larga pista por la que una cápsula se acelera mediante pulsos magnéticos lineales. En su tramo final, la estructura se inclina bruscamente, marcando la trayectoria de despegue. La nave alcanza velocidades superiores a seis veces la del sonido, y solo entonces —ya en las capas altas y delgadas de la atmósfera— enciende su motor para entrar en órbita.
En un cohete convencional, la mayor parte de la masa es combustible. Auriga propone prescindir de esa carga. La energía para el impulso principal se proporciona externamente, y el motor del vehículo solo se utiliza en el último tramo. Este enfoque reduce tanto el peso de la nave como los costos del lanzamiento.
Otro punto a favor: el sistema de aceleración está diseñado para un uso repetido. Puede activarse una y otra vez sin largos preparativos, recambios de piezas ni mantenimiento intensivo. En una era en la que la reutilización confiable es clave en la industria espacial, esto supone una ventaja significativa.
Técnicamente, el proyecto sería inviable sin los avances en electrónica de potencia. Ideas similares ya habían surgido —como lanzadores magnéticos o incluso “cañones espaciales”—, pero nunca pasaron del papel. En Auriga creen que ahora el contexto ha cambiado.
La fundadora y directora ejecutiva de la empresa, Winnie Lai, lo explica así: solo una pequeña parte de la masa de un cohete llega al espacio —el resto se gasta en vencer la gravedad terrestre. Cuanto más eficiente sea el despegue, más lanzamientos podrán realizarse.
El proyecto de Auriga se divide en tres fases: primero, una instalación de laboratorio miniaturizada llamada Prometheus para probar la tecnología en interiores. Luego, el sistema terrestre a escala real Thor, pensado para ensayos hipersónicos al aire libre. El objetivo final es la plataforma Zeus, diseñada para poner vehículos en órbita. En el próximo año, la empresa planea lanzar Prometheus y Thor.
El interés militar no es casual. Este tipo de tecnologías encajan perfectamente con la estrategia de “lanzamiento flexible”: la capacidad de poner satélites en el espacio sin semanas de preparación. En caso de conflicto, catástrofe o amenaza repentina, esta posibilidad otorga una ventaja estratégica. Por eso, Auriga ya se considera parte del ecosistema de defensa, junto con contratos como los de SpaceX e inversiones en IA militar.
Pero más allá del uso militar, la tecnología también podría ser útil en el ámbito civil. Uno de los principales argumentos del equipo es la posibilidad de lanzar repetidamente la misma carga útil en pruebas de vehículos hipersónicos. Esto permitiría evaluar la resistencia de estructuras y materiales a velocidades extremas sin necesidad de construir un nuevo prototipo cada vez.
No obstante, Auriga también enfrenta desafíos técnicos: las fuerzas G generadas por una aceleración tan brusca. Aunque sean breves, podrían dañar componentes sensibles. La empresa aún no ha revelado detalles específicos sobre el tamaño, peso o forma de sus vehículos, pero está claro que equilibrar velocidad y fiabilidad será una de las tareas más complejas.
Aun así, el interés por Auriga no deja de crecer. Y no solo por la originalidad de su enfoque, sino por cómo responde al ritmo de los tiempos: lanzar más rápido, más a menudo y con menos recursos. Los cohetes tradicionales, con su infraestructura masiva y preparación prolongada, ya no se adaptan al ritmo que exigen las misiones modernas. En plena competencia espacial entre EE. UU., Rusia y China, la velocidad en el despliegue de satélites se vuelve crítica. Si Auriga tiene éxito, podría cambiar radicalmente las reglas del juego.
Además, el respaldo militar a startups espaciales ya no es una excepción. Por ejemplo, SpaceX firmó un contrato de casi 2.000 millones de dólares para crear una red de satélites de reconocimiento. Paralelamente, el Pentágono invierte cientos de millones en soluciones de IA de uso dual.
Auriga aún está en fase de construcción, pero su promesa —convertir la rampa de lanzamiento en una vía rápida y reutilizable al espacio— podría marcar el comienzo de una nueva etapa en la exploración orbital.