Vivir y trabajar a 400 km de altura: así es la vida en órbita

La Estación Espacial Internacional celebró un aniversario redondo. Hace exactamente 25 años, el 2 de noviembre de 2000, se acopló a ella la tripulación de la expedición n.º 1, y desde entonces no ha habido un solo día en la órbita sin personas. Los primeros habitantes fueron William Shepherd, Yuri Gidzenko y Sergei Krikalev. Su llegada marcó el inicio de la presencia humana continua en el espacio, que se mantiene hasta hoy.
La estación creció hasta convertirse en un proyecto internacional único. Se ensambló en el espacio por partes durante aproximadamente 13 años, y la cooperación entre Estados Unidos y Rusia, junto con socios de Europa, Japón y Canadá, atravesó períodos políticos complejos. En un cuarto de siglo la Estación Espacial Internacional pasó de ser un sitio de construcción a un laboratorio orbital completo y, al mismo tiempo, a un símbolo de que los programas conjuntos pueden funcionar incluso cuando las relaciones en la Tierra están lejos de ser ideales.
Según la NASA, la Estación ya ha recibido a alrededor de 290 personas de 26 países. Actualmente en la órbita suele operar una tripulación internacional de siete personas, que garantiza el funcionamiento las 24 horas de la estación y de sus instalaciones científicas. El alcance de la participación de países y la cifra de visitantes aumentan gradualmente junto con el desarrollo de los vuelos privados.
El resultado científico impresiona. A bordo se han llevado a cabo más de cuatro mil investigaciones, y las publicaciones derivadas de los experimentos se cuentan por miles. Entre los trabajos más conocidos está el estudio gemelo con los hermanos Kelly, que proporcionó un volumen de datos nuevo sobre la influencia de los vuelos prolongados en el ser humano. Los conocimientos obtenidos han sido útiles no solo para los astronautas, sino también para los médicos en la Tierra, desde la biomedicina hasta el desarrollo de fármacos.
La vida en la estación dejó de ser hace tiempo una hazaña extrema diaria, aunque sigue sin ser sencilla. Los astronautas trabajan con un horario apretado, mantienen la estación, cultivan plantas y prueban equipos nuevos. Al mismo tiempo la vida cotidiana sigue siendo austera: no hay ducha ni lavadora, pero sí existe una cúpula-observatorio con vistas a todo el planeta y los instantes raros en que se puede simplemente contemplar la Tierra.
Los debates sobre el costo y la rentabilidad no cesan. Los críticos recuerdan el costo colosal del programa, que estiman en más de 200 000 millones de dólares, y se preguntan hasta qué punto ese gasto está justificado. Los partidarios responden con los récords de ingeniería y con la base científica que se ha convertido en fundamento para los siguientes pasos, incluida la preparación para misiones más lejanas y el desarrollo de tecnologías útiles en la Tierra.
La estación se aproxima a su etapa final. Los socios planean mantener su funcionamiento hasta aproximadamente el final de la década, tras lo cual la Estación Espacial Internacional será retirada de la órbita de forma controlada. Para ello la NASA eligió a la empresa SpaceX, que desarrollará una nave especial para hundir la estación de forma segura en una zona remota del Océano Pacífico. En sustitución del laboratorio actual deberían llegar plataformas orbitales comerciales, para que la continuidad de las investigaciones y de la presencia en el espacio no se interrumpa.
Veinticinco años en órbita no son solo ciencia, récords y grandes cifras. También se trata de la resiliencia de la cooperación internacional, de la experiencia de vivir y trabajar fuera de la Tierra y de la confianza de que la generación que venga después de nosotros partirá desde un peldaño más alto. Mientras sobre nosotros sigue surcando la estela blanquecina de la estación, la historia de la presencia humana continua en el espacio prosigue, y con ella continúa la preparación para viajes aún más lejanos.