Donde la inacción era la norma, sus pasos resonaron más que todo el sistema.

En el Reino Unido concluyó un largo y tortuoso camino hacia la introducción de una norma que durante años se consideró inalcanzable. El motivo fue la historia de una mujer llamada Jodi, cuyos datos personales y fotografías fueron usados durante casi dos años para crear perfiles falsos, anuncios y, más tarde, para solicitar la generación de deepfakes pornográficos. La investigación la condujo a la persona en la que más confiaba: su mejor amigo. Tras recopilar pruebas por su cuenta y después de persistentes intentos de que se investigara el caso, la policía logró el reconocimiento de culpabilidad de los sospechosos por varios cargos, aunque entonces la legislación no contemplaba por sí misma el acto de crear deepfakes íntimos.
La falta de una protección legal directa llevó a Jodi a relatar públicamente lo ocurrido. Su intervención en la radio en la primavera de 2024 la puso en contacto con una miembro de la Cámara de los Lores, Charlotte Owen, que ya había estado estudiando la magnitud de los abusos con deepfakes. Para entonces habían surgido iniciativas de distintos grupos de defensa de derechos, abogados y servicios de apoyo a las víctimas. Se unieron en un chat privado y se convirtieron en un equipo que empezó a promover de forma sistemática la idea de responsabilizar penalmente la creación y la solicitud de deepfakes íntimos sin consentimiento.
En los años de debate sobre normas relacionadas, la protección siempre quedó rezagada respecto a la realidad. La ley de 2015 sobre la difusión de material íntimo exigía demostrar la intención de causar sufrimiento, por lo que muchos casos quedaban fuera del ámbito legal. Más tarde siguieron recomendaciones de la Comisión de Derecho, pero no abordaron el propio proceso de fabricación de deepfakes. El apoyo en el Parlamento creció con lentitud y las expectativas de los participantes de la iniciativa siguieron siendo modestas.
El punto de inflexión llegó cuando Owen elaboró un proyecto de ley basado en la experiencia de las supervivientes. Se propuso reconocer como delito la creación de un deepfake íntimo y su encargo sin el consentimiento de la persona, independientemente de los motivos. Un elemento importante fue la obligación de destruir esos materiales tras una sentencia condenatoria. Mujeres que habían sufrido ese tipo de violencia participaron en los debates en la Cámara de los Lores y lograron un amplio apoyo.
El gobierno se opuso inicialmente, insistiendo en sus propias redacciones, pero tras una serie de consultas y pruebas adicionales aceptó las disposiciones clave. También se eliminó la limitación del plazo de prescripción, ya que las víctimas a menudo se enteran de los deepfakes meses después. Surgió además la posibilidad de imponer penas de prisión: las promotoras insistieron en que solo así se puede subrayar la gravedad de la agresión.
En junio entró en vigor en el país una ley sobre el uso y el acceso a datos que, por primera vez, reconoce como delito penal la creación de un deepfake íntimo sin consentimiento. Al mismo tiempo se establece la responsabilidad por solicitar la elaboración de ese material. La pena máxima es de seis meses de privación de libertad y una multa sin límite. Para las integrantes de la iniciativa, esto supuso la confirmación de que la persistencia puede superar la inercia de años en torno a las cuestiones de la violencia digital.
Según abogados, queda por delante trabajo en los mecanismos para eliminar materiales dañinos y para responder a nuevas formas de abuso que surgirán con el desarrollo de las tecnologías. Pero la decisión actual ya está cambiando el enfoque del Estado: por primera vez se establece de forma expresa que la creación de un deepfake íntimo sin consentimiento es una violación de la ley y de la dignidad humana.