Tus pérdidas — su ganancia. Y cuanto más pierdes, mejor para ellos.
La multa de 1,26 millones de dólares que la Comisión de Bolsa y Valores de EE.UU. impuso a Kim Kardashian en 2022 marcó un punto de inflexión para la criptoindustria. La celebridad promocionó el token EthereumMax en su cuenta de Instagram*, sin revelar a sus 330 millones de seguidores que había recibido dinero por ello. Por la misma época, el actor Matt Damon animaba al público a “ser valiente” en un anuncio de una bolsa de criptomonedas durante el Super Bowl. Estos eventos sacaron finalmente a las monedas digitales del nicho tecnológico y las llevaron a la cultura de masas.
Detrás del brillo de los rostros de Hollywood y de presupuestos publicitarios millonarios se esconde una realidad mucho menos glamurosa. Las plataformas donde millones de personas compran y venden activos digitales no solo se parecen a los casinos: funcionan bajo los mismos principios. Los gráficos de precios, los tokens de colores y los discursos sobre innovación enmascaran sistemas que fomentan apuestas arriesgadas y se lucran silenciosamente con las pérdidas de los usuarios.
Un grupo de científicos de la Universidad Concordia estudió en detalle cómo funcionan las criptobolsas y descubrió patrones preocupantes. Los propietarios borran intencionadamente la línea entre inversión y juego de azar, transformando las especulaciones de alto riesgo en una forma de entretenimiento. Mientras tanto, los detalles sobre el funcionamiento de las plataformas y sus esquemas de ganancias permanecen ocultos tras interfaces atractivas y promesas de dinero fácil.
La bolsa BitMEX es un ejemplo claro. Ofrece a sus clientes un apalancamiento de hasta 100:1 para el comercio de criptomonedas. Este mecanismo permitía a los traders controlar grandes posiciones con un capital propio relativamente pequeño — como hacer apuestas grandes con fichas prestadas en un club de póker.
El peligro de estas herramientas es evidente, pero el diseño de BitMEX generaba la sensación de estar en un juego de alta velocidad con un premio tentador. Interfaces elegantes, estadísticas en tiempo real, señales de colores y ciclos de retroalimentación impulsaban a seguir tentando la suerte. Los usuarios caían en una trampa psicológica desde el primer clic.
Aunque la cuota de mercado de BitMEX se redujo con el tiempo, su influencia aún se siente en toda la industria. Interfaces tipo videojuego, herramientas de apalancamiento y dinámicas sociales popularizadas por la bolsa se han convertido en estándares para todas las plataformas. Estos elementos están integrados en la arquitectura de los servicios blockchain y juegan un papel clave en cómo la actividad comercial se convierte en ingresos.
Las bolsas no ganan con el éxito de los usuarios, sino con la frecuencia de sus apuestas. Los propietarios obtienen ganancias de la volatilidad y los volúmenes de transacción, no de ayudar a los clientes a construir carteras rentables. Cada operación genera una comisión, sin importar si el usuario gana o pierde.
Esto refleja una tendencia más amplia del mundo moderno: convertir cada vez más aspectos de la vida en objetos de especulación y lucro. Las pensiones, los préstamos estudiantiles, la vivienda — todo se percibe ya no como necesidades básicas, sino como instrumentos financieros. Las criptomonedas encajan perfectamente en esta lógica, ofreciendo a las personas la ilusión de controlar su destino financiero en un contexto de creciente inestabilidad económica.
Sin embargo, este sistema funciona de manera profundamente injusta. Las personas ricas, que ya cuentan con capital, lo multiplican fácilmente mediante inversiones e intereses compuestos. Mientras tanto, a los ciudadanos comunes se les anima a “entrar pronto al mundo cripto”, comprar tokens y “mantener la posición” incluso durante colapsos. Así, los usuarios comunes arriesgan sus últimos ahorros, mientras los inversores adinerados juegan con dinero que pueden permitirse perder.
Toda la modelo de negocio se construye sobre esta desigualdad. Crean una ilusión de igualdad de oportunidades, pero en realidad trasladan todos los riesgos financieros a los inversores, quedándose ellos con ingresos estables. Los dueños de las plataformas están en una posición privilegiada — ven todos los datos de las transacciones, pueden influir en las cotizaciones y siempre ganan.
Y como las decisiones financieras serias se presentan bajo el velo del entretenimiento, la gente empieza a ver las pérdidas no como un problema real, sino como “el precio por la emoción”.
A los traders que pierden dinero regularmente se les llama irónicamente “degens” (degenerados) y se les exalta como jugadores valientes. Las grandes pérdidas se convierten en memes y motivo de bromas. Perder se vuelve una marca de pertenencia a la comunidad, no una señal de alarma.
Los investigadores señalan que esta estructura reproduce los peores rasgos del sistema financiero tradicional, solo que en una forma más agresiva. Las criptobolsas utilizan los mismos mecanismos de extracción de beneficios que los casinos: algoritmos complejos, información oculta y trucos psicológicos para retener a los clientes. Solo que aquí no se apuesta en la ruleta, sino en la volatilidad de los activos digitales.
El cruce de estas tendencias es importante no solo para las víctimas, sino para todos aquellos interesados en el rumbo que toman los sistemas financieros. A medida que bancos e instituciones tradicionales adoptan elementos del diseño lúdico, las fronteras siguen difuminándose.
También es esencial que políticos, educadores y diseñadores comprendan esta dinámica. La criptomoneda no es simplemente una nueva clase de activos, sino un campo de pruebas para nuevas formas de intercambio, obtención de beneficios y control. Analizándola desde la óptica de estos dos procesos, comprendemos mejor las particularidades culturales y económicas del dinero digital.