Ya hay 7.000 satélites en el cielo, pero ahora empiezan a caer — y no siempre en el lugar adecuado

Ya hay 7.000 satélites en el cielo, pero ahora empiezan a caer — y no siempre en el lugar adecuado

Elon Musk construye la órbita del futuro, mientras el Sol la convierte en un cementerio espacial.

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En la madrugada del domingo, SpaceX volvió a enviar una nueva tanda de satélites a la órbita: 27 nuevos aparatos se sumaron a la gigantesca constelación de Starlink. Para el cohete utilizado, este vuelo fue el vigésimo quinto, de los cuales catorce estuvieron dedicados al proyecto de internet satelital de Elon Musk.

El despliegue de la red avanza a un ritmo récord, pero junto con su escala crece también la preocupación —tanto por parte de científicos como de organismos reguladores internacionales. El principal problema hoy no proviene de la competencia ni de los entes reguladores, sino del Sol. A medida que se acerca al pico de su ciclo de actividad de 11 años, provoca tormentas geomagnéticas cada vez más intensas. Estos potentes estallidos de energía alteran las órbitas de los satélites, obligándolos a desviarse prematuramente de su trayectoria.

La vida útil operativa puede reducirse así en diez días o más. En el caso de un solo aparato, esto no resulta crítico, pero el problema ya tiene una escala mucho mayor. Y eso significa que las consecuencias serán también considerables.

Actualmente, miles de satélites activos se encuentran simultáneamente en la órbita baja terrestre. Desde que comenzó el despliegue de Starlink en 2018, se han sumado 7.000 aparatos. Y SpaceX no tiene planes de detenerse: para finales de la década, la empresa planea colocar en órbita un total de 49.000 satélites.

Este volumen de datos no tiene precedentes. Gracias a la constelación masiva de Starlink, los investigadores tienen por primera vez la oportunidad de observar en tiempo real el reingreso masivo de satélites a la atmósfera. Antes, la ciencia simplemente no contaba con nada similar.

Pero junto con las valiosas observaciones surgen nuevos riesgos. Incluso si parte de los aparatos se desintegra por completo, algunos fragmentos logran alcanzar la superficie terrestre. El año pasado, uno de estos fragmentos cayó en campos agrícolas en Saskatchewan, Canadá. Y en 2023, la Administración Federal de Aviación de EE. UU. declaró que fragmentos de satélites Starlink podrían representar, en promedio, una amenaza para personas e incluso aviones cada dos años.

Según datos de la NASA, entre 2020 y 2024 reingresaron a la atmósfera 523 satélites Starlink. Algunos de ellos concluyeron su vida útil según lo previsto, pero una parte significativa de los reingresos ocurrió fuera de control. Un caso especialmente ilustrativo fue el de 2022, cuando SpaceX perdió 40 aparatos a la vez debido a una única tormenta solar intensa.

Más allá de los riesgos tecnológicos y ecológicos, el proyecto también ha quedado en el centro de conflictos políticos. A principios de 2023, se supo que Elon Musk desactivó el funcionamiento de Starlink en la región de Crimea durante un ataque ucraniano a la flota rusa. Él explicó esta decisión como un intento de no involucrarse en la escalada militar, pero en la sociedad occidental surgió un amplio malestar.

Europa, observando la situación, está sacando sus propias conclusiones. La dirigencia de la UE aboga por la creación de un sistema de comunicaciones satelitales propio, completamente independiente de proveedores externos. Con este fin, la UE lanzó el programa IRIS2, futura competencia de Starlink. Debería comenzar a operar en 2030 y proporcionar una conexión estable y segura en todo el territorio del bloque.

Además, en diciembre de 2024, la Comisión Europea firmó un contrato por 10.600 millones de euros con el consorcio SpaceRISE, que se encargará de desarrollar la red satelital europea. Más allá de la independencia técnica, el objetivo del proyecto es reducir la dependencia de corporaciones extranjeras privadas que controlan infraestructuras críticas.

Mientras tanto, otro actor se fortalece rápidamente en la escena internacional: China. El año pasado, Pekín colocó en órbita 263 satélites y anunció planes para lanzar otros 43.000. En la práctica, el programa satelital chino ya ha entrado en una carrera directa con el estadounidense. Además, se están desarrollando simultáneamente otras tres megaconstelaciones capaces de competir con Starlink.

Naturalmente, el crecimiento de la influencia china en el espacio genera preocupación en los países occidentales. Lo que está en juego no es solo el liderazgo tecnológico, sino también la soberanía informativa: en el peor de los escenarios, los satélites chinos podrían retransmitir un internet censurado a escala internacional.

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