Cómo evitar que la Luna se convierta en el «Lejano Oeste»
En la década de 1960, la canción de Frank Sinatra Fly Me to the Moon se convirtió en un símbolo de la era de la carrera espacial. Cuando en 1969 la tripulación del Apollo 11 alunizó en la Luna, ese tema sonó como un himno a la fe en las posibilidades ilimitadas de la humanidad.
Hoy, medio siglo después, los sueños lunares vuelven — pero ahora la meta no es solo una alunizaje, sino una presencia permanente. Estados Unidos, China y sus socios preparan proyectos de bases a largo plazo en el polo sur de la Luna, donde se concentran recursos clave.
El principal valor de la región es el agua, más concretamente el hielo en la sombra permanente de los cráteres. Puede convertirse en agua potable y en combustible para cohetes, garantizando la autonomía de futuras poblaciones. Además, en la Luna pueden existir metales de tierras raras y otros minerales explotables. Pero tanto el hielo como las zonas apropiadas son limitados, por lo que la lucha por ellos podría convertirse en fuente de nuevos conflictos.
Para evitar la repetición de disputas terrestres en el espacio, la comunidad internacional vuelve a recurrir a tratados y principios de conducta responsable. Ya en 1967 se adoptó el Tratado sobre el espacio ultraterrestre, según el cual ningún Estado puede reclamar el espacio o los cuerpos celestes como su territorio. El documento considera el espacio como un patrimonio común de la humanidad y garantiza el acceso igualitario a todos los países. Sin embargo, queda abierta la pregunta: ¿se puede utilizar el hielo lunar sin violar este principio?
Estados Unidos propuso una iniciativa práctica — Artemis Accords. Estos acuerdos establecen reglas de conducta en la exploración del espacio. En particular, afirman que la extracción de recursos no se considera un acto de apropiación e introducen el concepto de «zonas de seguridad» alrededor de las misiones en curso. Esas zonas deben evitar interferencias mutuas, pero los críticos creen que en la práctica crean una posesión parcial de áreas de la Luna.
Hasta la fecha, 56 países se han adherido a Artemis Accords. Entre ellos están Tailandia y Senegal, que a la vez participan en el proyecto chino de base lunar ILRS. Su ejemplo muestra que son posibles puentes entre programas.
Otro documento — el Acuerdo sobre la Luna, adoptado por la ONU en 1979 — también prohíbe la apropiación nacional de los recursos y exige transparencia en las actividades de investigación. Prevê una gestión internacional de los recursos lunares, pero no fue firmado por EE. UU., China ni Rusia. No obstante, este tratado sigue siendo uno de los enfoques más equilibrados para el futuro aprovechamiento conjunto del satélite de la Tierra.
Mientras tanto, la carrera ya ha comenzado. China con socios está construyendo la Estación Internacional de Investigación Lunar (ILRS), y la NASA desarrolla el campamento base Artemis Base Camp. El lanzamiento de la misión Artemis II, que enviará a cuatro astronautas a un sobrevuelo lunar, está programado para febrero de 2026. En septiembre la agencia anunció una nueva promoción de candidatos a astronautas, de la que el 60 % son mujeres — un récord para el programa lunar.
China también realizó con éxito pruebas del módulo de aterrizaje tripulado Lanyue. Su programa ILRS reúne no solo a las grandes potencias espaciales, sino también a países que antes no habían participado en misiones tripuladas.
La principal tarea de las próximas décadas es evitar que la Luna se convierta en un «lejano oeste» donde el primero que llega se adjudica el territorio. En la Luna, las personas serán terrestres, no representantes nacionales. El espacio puede ser no solo un escenario de competencia, sino también una herramienta de diplomacia, ciencia y desarrollo socioeconómico.
La expansión de la presencia humana más allá de la Tierra es a la vez un desafío y una oportunidad. La cooperación global en la exploración del espacio no es simplemente un objetivo deseable, sino una condición necesaria para la supervivencia y el progreso.