Los alumnos aprenden a hacer preguntas, no a memorizar datos.
Los profesores de todo el mundo no logran ponerse de acuerdo: ¿qué hacer con los teléfonos en la escuela? ¿Confiscarlos al entrar o permitir su uso? Pero detrás de este debate se esconde una pregunta aún más importante: ¿cómo enseñar correctamente a los niños en la era de la inteligencia artificial?
Estonia decidió actuar de forma radical. A partir de septiembre, 20 mil estudiantes de secundaria tendrán acceso a ChatGPT y otros asistentes de IA directamente en clase. El programa se llama AI Leap 2025 y es el experimento más ambicioso de este tipo en el mundo.
Al proyecto se han sumado los creadores de los sistemas de IA más avanzados: las empresas Anthropic y OpenAI. Los alumnos podrán utilizar las mismas herramientas que ya usan profesionales en oficinas y universidades.
Pero ¿cómo funcionará exactamente? En lugar de memorizar libros de texto, los alumnos empezarán a resolver problemas reales con ayuda de redes neuronales. Por ejemplo, en una clase de historia, un estudiante podrá pedir a ChatGPT que analice las causas de la Primera Guerra Mundial, luego hacer preguntas adicionales y comparar diferentes puntos de vista. En matemáticas —desglosar un problema complicado paso a paso y entender la lógica de la solución.
En literatura, el alumno podrá pedir a la IA que explique un pasaje complejo de una obra clásica, encuentre paralelismos con la actualidad o incluso redacte un ensayo al estilo de un autor concreto. Pero el profesor se asegurará de que el estudiante entienda cómo funciona el algoritmo y sepa evaluar críticamente el resultado. Los ensayos escritos y las pruebas, por supuesto, seguirán existiendo.
En ciencias, la IA ayudará a modelar procesos físicos, explicar reacciones químicas en palabras simples o encontrar conexiones entre fenómenos diversos.
El cambio más importante afectará al propio proceso de pensamiento. Antes, la tarea principal del alumno era memorizar hechos. Ahora que todo el conocimiento del mundo cabe literalmente en el bolsillo (con conexión a Internet), lo esencial es aprender a formular preguntas, verificar las respuestas obtenidas y aplicar la información en la práctica.
Para que el programa funcione, 2.000 profesores recibirán formación especial. Los docentes deben comprender que su papel cambia radicalmente. Ya no son fuentes de información, sino guías que enseñan a los alumnos a interactuar eficazmente con los ordenadores y desarrollar pensamiento crítico.
El enfoque estonio se basa en años de experiencia en digitalización. En ese país, la gente vota por Internet, tramita documentos en línea y está acostumbrada desde hace tiempo a la tecnología en la vida cotidiana. Como señaló acertadamente el ministro de Educación en una entrevista con periodistas: “¿Confiamos en los adolescentes para elegir al presidente en línea, pero les prohibimos usar ChatGPT para estudiar?”
Los países vecinos también están experimentando, pero de formas diferentes. Lituania ha dado acceso gratuito a la IA a los estudiantes a través de plataformas como nexos.ai y Hostinger Solutions. Allí creen que la inteligencia artificial debe complementar los métodos tradicionales —libros, clases, trabajos prácticos.
Letonia actúa con más cautela. Primero están probando la IA en universidades, analizan los resultados y elaboran recomendaciones. Solo después decidirán cómo introducir la tecnología en las escuelas.
El Reino Unido, en cambio, ha optado por las prohibiciones. Más del 90% de las escuelas británicas confiscan los teléfonos de los alumnos al entrar. La administración considera que los adolescentes no son capaces de autocontrolarse y los trata como si fueran adictos.
ChatGPT y programas similares se perciben en Inglaterra como una amenaza. Según su visión, la IA no es más que una herramienta para hacer trampas. Por eso las escuelas siguen preparando a los niños para exámenes tradicionales, donde deben repetir información memorizada. La situación en muchos otros países no es mejor.
El resultado es que los niños viven en dos mundos. En la escuela se les prohíbe usar tecnología moderna. En casa, ven TikTok, juegan con IA y chatean con modelos de lenguaje. Nadie les enseña la nueva ética ni técnicas avanzadas.
¿Absurdo? Tal vez. En lugar de una educación abierta sobre alfabetización digital, lo que se da es un juego de escondidas.
Dentro de unos años, los graduados estonios llegarán a la vida adulta sabiendo colaborar eficazmente con las herramientas más punteras de la era tecnológica. Sus coetáneos británicos se toparán con la inteligencia artificial solo después de terminar la escuela, y aprenderán por ensayo y error.
¿Quién estará mejor preparado para una carrera en un mundo donde la inteligencia artificial ya ayuda a médicos a diagnosticar, a abogados a analizar documentos y a diseñadores a crear proyectos impresionantes? La respuesta es evidente.