Los profesores buscan IA en sus ensayos escolares y solo encuentran impotencia y agotamiento

Los profesores buscan IA en sus ensayos escolares y solo encuentran impotencia y agotamiento

Los adolescentes ya no piensan: citan TikTok y ChatGPT sin pensar.

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La aparición de herramientas de IA generativa como ChatGPT se ha convertido en una auténtica prueba para escuelas y universidades, para la cual el sistema educativo no estaba preparado. Tras la publicación de una gran investigación de 404 Media sobre la reacción de las escuelas al lanzamiento de ChatGPT, el autor recopiló cientos de cartas y mensajes de profesores y docentes —nunca antes había recibido una retroalimentación tan amplia y sincera en toda su carrera—. El resultado es claro: los docentes no están lidiando bien con esta nueva presión, y el sentimiento de impotencia se intensifica.

Muchos profesores cuentan que ahora deben revisar ensayos "híbridos", escritos en parte por el alumno y en parte por inteligencia artificial. Identificar dónde termina el texto del estudiante y dónde empieza el "robot" es cada vez más difícil, y revisar trabajos generados en segundos lleva mucho más tiempo. Algunos admiten que cuanto más tiempo dedican a estas verificaciones y a buscar trampas, menos les queda para atender a los estudiantes honestos y motivados.

Uno de los principales problemas radica en las contradicciones entre las políticas de distintas instituciones educativas e incluso entre profesores individuales. Algunos prohíben por completo el uso de IA, otros permiten ciertos usos "aceptables", como la generación de ideas, pero prohíben la redacción de textos. Al mismo tiempo, muchas universidades firman contratos con grandes empresas tecnológicas que integran herramientas de IA en sus servicios por defecto. Como resultado, se le puede prohibir a un estudiante usar IA en clase, pero Microsoft Copilot seguirá sugiriéndole que resuma lo leído o redacte un borrador en la nube universitaria. Esta disparidad genera confusión y mina la confianza.

Para no verse arrinconados, los profesores recurren a métodos antiguos —como redactar ensayos sólo en papel, en clase, para asegurarse de que el trabajo sea propio—. Pero ni eso es sencillo: controlar grupos grandes es complicado, y en educación online, este enfoque es inviable. Algunos, desesperados por frenar el fraude, exigen incluir el historial de edición en Google Docs para detectar intentos de copia.

El agotamiento emocional entre los profesores alcanza nuevas cotas. Admiten que en 20 años de carrera rara vez se han sentido tan impotentes. La filosofía pedagógica basada en el diálogo, la exploración y el trabajo conjunto con el texto se está desmoronando bajo la presión de "sistemas corporativos" que se nutren del trabajo y contenido ajenos.

A muchos docentes les resulta doloroso pensar que todo el sistema de evaluación que construyeron durante años se está devaluando —porque ahora los estudiantes honestos están en desventaja, y se califica a quienes no escribieron nada por sí mismos.

Profesores de inglés destacan que los adolescentes actuales han perdido el interés y la motivación por pensar por sí mismos. Al intentar averiguar qué les apasiona realmente, los estudiantes no pueden mencionar ni un hobby ni un tema, y sus respuestas son meras repeticiones de TikTok o citas de ChatGPT, sin preguntarse si son ciertas o no. Incluso los mejores alumnos no saben explicar cómo usar correctamente la IA, pero están convencidos de que "funciona" y "ayuda", porque así lo dice internet.

Además, han surgido nuevas formas de deshonestidad académica: los estudiantes entregan podcasts generados, visualizaciones e incluso grabaciones de audio sin haber analizado datos ni reflexionado por su cuenta. Incluso doctorandos en programas de ética de la IA usan herramientas generativas para crear proyectos sin sentido que no superan ninguna revisión.

Entre los profesores de humanidades y ciencias sociales reina la preocupación: observan cómo el clima de desconfianza daña la relación entre docente y alumno, y cómo la tecnología dificulta identificar a los verdaderos autores de los trabajos. Los métodos clásicos de enseñanza y evaluación están quedando obsoletos, y muchos recurren a revisiones manuales, exámenes orales y tareas individuales que apenas pueden automatizarse. No existe un sistema fiable para detectar autoría por IA, y cualquier intento conlleva trámites burocráticos y pérdida de tiempo.

Algunos profesores confiesan que simplemente no quieren permitir que la IA intervenga en su trabajo: les preocupa no solo la deshonestidad, sino también la tentación de la comodidad —pues las tecnologías pueden imitar el pensamiento real de forma convincente, pero a menudo generan disparates—. Y los estudiantes, acostumbrados a delegar en los algoritmos, están perdiendo capacidad para pensar críticamente, buscar y analizar información.

Algunos docentes señalan que la llegada de la IA ha cambiado por completo el sentido de la profesión: muchos trabajos ya no tienen sentido, los métodos de evaluación tradicionales han perdido su valor, y el trabajo en sí parece inútil. Además, el esfuerzo y el tiempo invertidos en la enseñanza parecen "evaporarse", ya que muchas veces la nota no va dirigida a un estudiante real, sino a un algoritmo.

Frente a todo esto, algunos profesores tratan de ver el lado positivo y cambiar sus métodos: optan por trabajos escritos presenciales, exámenes orales y retroalimentación personalizada. Pero muchos admiten que la nueva era digital en la educación está destruyendo el sistema anterior más rápido de lo que surgen alternativas funcionales, y el sentimiento de ansiedad y fatiga entre los docentes se convierte en la norma.

Mientras algunos países levantan muros entre los alumnos y la tecnología, Estonia ha decidido dar un paso hacia el cambio e integrar oficialmente ChatGPT en la práctica escolar. Este otoño, veinte mil estudiantes de secundaria comenzarán a usar IA no sólo en informática, sino también en historia, matemáticas, literatura y ciencias naturales.

Este ambicioso proyecto, llamado AI Leap 2025, es el primero de su tipo en el mundo y cuenta con el respaldo de desarrolladores líderes en inteligencia artificial —Anthropic y OpenAI—. Aquí los alumnos no solo copian textos del libro, sino que aprenden a resolver problemas reales, discutir temas complejos y encontrar enfoques no convencionales para aprender —bajo la atenta guía del profesor, que ahora actúa más como guía en el mundo digital que como fuente de conocimiento.

Las autoridades estonias están convencidas de que las habilidades para trabajar con IA deben ser tan fundamentales como leer o hacer matemáticas, y que la escuela no debe ser un lugar para luchar contra la tecnología, sino un laboratorio donde los adolescentes aprenden a usar herramientas modernas en beneficio propio y de la sociedad.

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