El más potente de los destellos entra al Libro Guinness tras años en las sombras.
Un relámpago increíble de más de 800 kilómetros se ha convertido en el nuevo récord mundial de longitud, superando la marca anterior por casi 60 kilómetros. Este fenómeno, clasificado como megaflash, fue registrado sobre el centro de Estados Unidos y se extendió desde el este de Texas hasta las cercanías de Kansas City —unos 515 millas o 829 kilómetros. Para hacerse una idea, es la misma distancia que separa París de Venecia. Un avión de pasajeros tardaría hora y media en cubrirla, un coche —hasta nueve.
El análisis que llevó a la certificación del récord fue realizado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) a partir de datos satelitales recopilados el 22 de octubre de 2017. Curiosamente, esta gigantesca descarga eléctrica no fue identificada en los estudios iniciales de aquella tormenta, y solo salió a la luz tras una revisión posterior. Según los científicos, el rayo se produjo en una región donde son comunes las llamadas sistemas convectivos de mesoescala (MCS), formaciones atmosféricas extensas que crean condiciones propicias para la aparición de descargas anómalamente largas.
El récord anterior fue establecido el 29 de abril de 2020, cuando una descarga se extendió 768 kilómetros a través del sur de EE. UU. El nuevo logro supera ese valor en 61 kilómetros y fue posible gracias al avance de las tecnologías de observación. Ambos eventos se midieron con la misma metodología, basada en el cálculo del arco máximo del círculo mayor —el método más preciso actualmente disponible para estimar la longitud lineal de un rayo en el espacio.
Según los expertos, la principal fuente de información para documentar el récord fue el satélite GOES-16 de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE. UU. (NOAA), uno de los primeros satélites geoestacionarios capaces de observar rayos en tiempo real desde la órbita. Gracias a él se registró una descarga de duración y alcance extraordinarios. Este evento fue uno de los primeros ejemplos documentados de megaflashes, de escala colosal tanto en longitud como en duración, y a la vez una muestra del progreso científico en el monitoreo atmosférico.
El profesor Randall Cerveny, responsable de documentar extremos climáticos y meteorológicos en la OMM, subraya que fenómenos como este son una prueba palpable de la potencia de los procesos naturales y de la eficacia de los métodos de observación modernos. A su juicio, a medida que se acumulen datos de satélites geoestacionarios, se podrán descubrir fenómenos aún más grandes.
Michael Peterson, del Centro de Investigación de Tormentas Severas del Instituto Tecnológico de Georgia y encargado de la evaluación científica del evento, señaló que la detección de megaflashes ha sido hasta hace poco extremadamente difícil. Este tipo de fenómenos se sitúan en el límite de lo que los sistemas de medición actuales pueden registrar. Sin embargo, la vigilancia orbital constante y los métodos avanzados de procesamiento de datos satelitales han permitido por fin iniciar un estudio sistemático de estas anomalías a nivel global.
Según los especialistas, estos récords no solo tienen valor científico, sino también práctico en términos de seguridad. La secretaria general de la OMM, Celeste Saulo, recordó que los rayos siguen siendo una de las formas más peligrosas de actividad atmosférica, cobrando vidas cada año en todo el mundo. Su imprevisibilidad y capacidad de propagarse a enormes distancias representa una amenaza seria —incluso para la aviación y en contextos de riesgo de incendios forestales.
Además, Saulo destacó que las megaflashes refuerzan el argumento a favor de ampliar los programas internacionales de alerta temprana, como la iniciativa Early Warnings for All, cuyo objetivo es reducir las pérdidas causadas por desastres naturales.
El especialista en rayos Walt Lyons recordó la importancia de seguir recomendaciones comprobadas para protegerse de las descargas. Según él, los únicos lugares verdaderamente seguros durante una tormenta son los edificios con instalaciones eléctricas y de agua, o los vehículos cerrados con techo metálico. Todos los demás refugios —incluidos quioscos de playa o paradas descubiertas— no brindan una protección suficiente.
La ciencia moderna ya está lista no solo para registrar eventos excepcionales, sino también para convertirlos en fuente de información valiosa —tanto sobre la dinámica del clima como sobre formas de reducir los riesgos asociados.