Los estándares técnicos resultaron más poderosos que los ejércitos — y solo un actor lo entendió a tiempo.
Mientras en Washington debaten con Europa los límites de la libertad de expresión y la regulación digital, Pekín está implementando silenciosamente una estrategia capaz de cambiar la propia arquitectura de Internet y orientarla hacia modelos autoritarios de gobernanza. No se trata de TikTok o de aplicaciones aisladas, sino de normas técnicas fundamentales —reglas que definen cómo se transfieren los datos, cómo se interconectan las redes y quién tiene la autoridad para establecer normas para todo el mundo digital. Estos detalles de ingeniería, que a primera vista parecen aburridos, son en realidad palancas de poder del siglo XXI, y hoy es precisamente China quien las impulsa activamente, mientras Estados Unidos casi no reacciona.
El principal objetivo de Pekín —obtener el derecho a organizar la Conferencia Mundial de Radiocomunicaciones (WRC), que la Unión Internacional de Telecomunicaciones organiza cada cuatro años— es claro. En ese foro, los gobiernos y los principales actores del sector deciden el destino de las bandas de radiofrecuencia y de las redes del futuro: desde los rangos para 5G y 6G hasta el Internet por satélite, las comunicaciones de emergencia y la infraestructura global. Celebrar la WRC en territorio chino daría al país una poderosa herramienta de influencia: la posibilidad de impulsar sus propias tecnologías, controlar el relato informativo, atraer aliados e imponer su visión del futuro de Internet.
Este modelo se basa en una fuerte centralización, en la que la supervisión y la censura no solo se imponen desde arriba, sino que se convierten en parte de la propia arquitectura. China ya propuso el concepto "New IP": un sistema en el que los gobiernos tendrían casi control total sobre los flujos de información. Aunque el proyecto todavía no ha sido adoptado, sigue siendo discutido en los grupos de trabajo de la UIT y en cualquier momento podría ser revivido. Si se combina una iniciativa así con la influencia que aporta la organización de la WRC, Pekín tendría la oportunidad de consolidar normas para la siguiente generación de Internet antes de que Washington perciba la amenaza.
Un elemento importante de la estrategia de China es el dominio de personal y organización en las estructuras internacionales. En la UIT los puestos clave están ocupados por representantes chinos, y las empresas Huawei y ZTE acuden a las negociaciones con proyectos de documentos ya elaborados, posiciones consensuadas y el apoyo de países afines. Estados Unidos participa en estos procesos de forma episódica y no mantiene una presencia sistemática. Esa desigualdad acaba convirtiendo las discusiones técnicas en un campo de competencia geopolítica, donde gana quien construye coaliciones con antelación y promueve de manera constante sus reglas.
Para Pekín las apuestas son evidentes: consolidar el control de los flujos de datos, integrar en la infraestructura mundial sistemas de vigilancia, crear normas favorables a los fabricantes chinos de equipos y difundir por todo el mundo un modelo de autoritarismo digital. Organizar la WRC solo aceleraría el logro de esos objetivos. Como resultado, en lugar de un Internet abierto y descentralizado, como lo idearon en Estados Unidos, el mundo podría afrontar una red fragmentada, gestionada por estados, donde la libertad de expresión, la privacidad y la innovación pasan a un segundo plano.
El peligro radica también en que el trabajo sobre normas lleva años, y cuando los políticos empiezan a debatir las consecuencias, la base técnica del futuro ya está fijada. China lo entendió hace tiempo: quien define las reglas define el futuro. Estados Unidos, los fondos y la comunidad empresarial a menudo ignoran ese frente "aburrido", considerándolo secundario. En realidad, es allí donde se decide cómo será el Internet del mañana: un espacio para el intercambio libre o un sistema de vigilancia global.