El fin del soporte de Windows 10 se ha convertido en la mayor catástrofe ambiental en la historia de la informática.
El fin del soporte para Windows 10 se convirtió en una catástrofe ecológica que ya se venía prediciendo desde hace varios años. El 16 de octubre Microsoft dejó de ofrecer oficialmente actualizaciones gratuitas del sistema operativo, dejando sin protección a alrededor de 400 millones de equipos en todo el mundo, no compatibles con Windows 11. Esto es casi el 42% de todos los dispositivos que ejecutan Windows, una cifra que convierte la finalización del ciclo de soporte en un ejemplo de obsolescencia programada, conllevando residuos masivos y un aumento de los riesgos de seguridad.
El problema se agrava porque millones de sistemas no pueden pasar físicamente a la nueva versión: no cumplen los estrictos requisitos de hardware Windows 11. Para muchas organizaciones, incluidas escuelas, entidades gubernamentales e instituciones sin ánimo de lucro, operar máquinas sin actualizaciones vigentes es imposible por las normas corporativas de ciberseguridad. Esto las obliga a comprar equipos nuevos, aunque los dispositivos antiguos sigan funcionando perfectamente. En comunidades profesionales como r/sysadmin, esta situación se ha convertido en uno de los principales temas de debate: los administradores de red ahora se ven obligados a buscar formas de reemplazo masivo del parque informático, aunque aún les queden años de vida útil.
Esta decisión de Microsoft provocará que cientos de millones de dispositivos acaben en vertederos de residuos electrónicos. Cada ordenador desechado supone nuevas emisiones de dióxido de carbono por la fabricación, la extracción de elementos de tierras raras y el transporte de los reemplazos. Ecologistas y organizaciones de derechos humanos subrayan que prolongar la vida útil del hardware —mediante actualizaciones, reparaciones o simplemente evitando reemplazos prematuros— es uno de los medios más eficaces para reducir la huella de carbono de la industria TIC.
Resulta especialmente llamativo que Microsoft sí seguirá publicando actualizaciones de seguridad para clientes empresariales, pero solo a cambio de un pago aparte. Esto demuestra que no existe una imposibilidad técnica para prolongar el soporte gratuito: la decisión es exclusivamente comercial. Los críticos recuerdan las consecuencias de la retirada del soporte a Windows XP, cuando millones de sistemas vulnerables pasaron a formar parte de botnets y fueron infectados por ransomware como WannaCry, que utilizó herramientas filtradas de la NSA. Entonces las consecuencias fueron globales, y la situación con Windows 10 podría repetirse a una escala mucho mayor.
Al momento de la finalización del soporte, Windows 10 sigue siendo la versión más extendida del sistema: la usan más del 40% de los usuarios de Windows. En comparación, cuando Microsoft «retiró» Windows 8, menos del 4% de los dispositivos lo usaban, y Windows 8.1 apenas rondaba el 2%. Por eso la decisión de desconectar una plataforma tan popular parece ilógica. Los defensores de los derechos sostienen que la compañía podría, al menos temporalmente, prolongar las actualizaciones de seguridad gratuitas para evitar un crecimiento en avalancha de residuos electrónicos.
La campaña para extender el soporte de Windows 10 la encabezó la organización PIRG, conocida por su iniciativa «derecho a reparar». Su director, Nathan Proctor, declaró que no se trata solo de comodidad digital, sino de una amenaza ecológica global: «Cientos de millones de ordenadores acabarán en la basura. Es una catástrofe». PIRG lanzó una petición exigiendo que Microsoft reconsidere la decisión. Una campaña similar contra Google el año anterior terminó con éxito: tras la presión pública la compañía amplió el periodo de actualizaciones automáticas de los Chromebook a 10 años, evitando la eliminación de millones de dispositivos escolares que las escuelas compraron durante la pandemia.
La historia de los Chromebook demuestra que la presión de usuarios y clientes institucionales puede influir en los gigantes tecnológicos. Por ahora, la finalización del soporte de Windows 10 muestra lo contrario: la dependencia de miles de millones de usuarios de decisiones corporativas en las que la responsabilidad ecológica cede ante el cálculo económico.