Ahora el consumidor debe saber distinguir la verdad de la ilusión perfecta.

En el contexto del rápido desarrollo de la inteligencia artificial generativa en Estados Unidos gana terreno un nuevo tipo de fraude inmobiliario. En plataformas populares como Zillow, cada vez es más frecuente ver anuncios de venta y alquiler donde el estado real de las propiedades se altera mediante redes neuronales. Por supuesto, suele ser para mejor, con el objetivo de que el cliente llame al anuncio.
En lugar de fotografías honestas, los usuarios ven imágenes visualmente «mejoradas»: apartamentos sucios se convierten en interiores luminosos y ordenados, fachadas desgastadas adquieren frescura y habitaciones sombrías se llenan de luz solar virtual. Se emplean algoritmos de generación y edición de imágenes, incluidas las capacidades de sistemas como ChatGPT y Midjourney con soporte de entrada visual. Las imágenes creadas por estas herramientas ya son difíciles de distinguir de las reales, especialmente cuando no se trata de una falsificación total, sino de retoques sutiles.
A menudo los propietarios (o agencias inmobiliarias) no se limitan a «embellecer» fotos, sino que crean elementos que no existen. En las imágenes aparecen sofás inexistentes, desaparecen radiadores antiguos y se reconfigura la distribución. Ocurre que suelos desgastados parecen nuevos y estancias oscuras quedan bañadas por luz. Uno de esos casos lo detectó un ilustrador de Detroit: en el anuncio de alquiler de una casa la fachada y el interior parecían sospechosamente perfectos, y al examinarlo con atención resultó que la imagen fue creada mediante una red neuronal y no refleja el estado real del inmueble.
Esta tendencia llamó la atención de desarrolladores y ahora en el mercado aparecen soluciones especializadas. Por ejemplo, la startup AutoReel ofrece una herramienta para convertir fotos ordinarias de viviendas en vídeos, añadiéndoles movimiento y elementos virtuales. De ese modo se crea la ilusión de que la vivienda está en excelente estado y ya está amueblada.
La tecnología se hace popular no solo por su capacidad visual, sino también por el ahorro: a los arrendadores ya no les hace falta contratar fotógrafos o diseñadores de interiores. Según estimaciones de los desarrolladores, se puede ahorrar hasta mil dólares.
El problema es que, frente a estas comodidades, sufre el comprador o el inquilino real. Ahora recae en ellos la obligación de detectar dónde termina la realidad y comienza la manipulación. Según representantes del sector, la amenaza grave no son tanto las falsificaciones totales como los cambios casi imperceptibles: cuando en una foto desaparecen cables, aparecen árboles o el césped «se convierte» en piscina. Esos retoques pueden inducir a error y vulneran los principios de veracidad de los datos inmobiliarios.
En caso de que un comprador adquiera una vivienda basándose en tales imágenes y luego descubra que no corresponde a lo esperado, puede intentar anular la operación. Sin embargo, en la práctica será difícil probar el engaño. Abogados subrayan que sigue siendo crucial contar con los llamados datos de primer nivel: información de registros públicos, fotografías sin editar y la inspección presencial del inmueble.
Al mismo tiempo, la responsabilidad sobre la veracidad del contenido recae hoy, por lo general, en los arrendatarios y compradores. Muchos analistas consideran que eso debería cambiar: las plataformas donde se publican los anuncios deberían regular esas manipulaciones visuales. Mientras eso no sucede, los usuarios siguen enfrentándose a situaciones en las que los límites entre la realidad y la imagen ficticia se desdibujan cada vez más.