Móviles en la caja, atención a la pizarra: qué reveló un experimento de dos años en escuelas australianas

Móviles en la caja, atención a la pizarra: qué reveló un experimento de dos años en escuelas australianas

Los conflictos retrocedieron, la concentración se intensificó — pero surgieron nuevos problemas.

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Hace dos años la mayoría de las escuelas australianas comenzaron a prohibir el uso de teléfonos móviles durante la jornada escolar. La iniciativa, inicialmente apoyada por padres y políticos, buscaba reducir las distracciones, reforzar la concentración y disminuir los conflictos entre los alumnos. Desde entonces la práctica se ha convertido en norma cotidiana para muchas instituciones, y las autoridades educativas comenzaron a evaluar sus consecuencias.

En todo el país las escuelas empezaron a exigir que los alumnos depositaran sus dispositivos en taquillas cerradas o los dejaran en sus mochilas. En algunos casos los teléfonos se confiscaban al encontrarlos y se devolvían solo al final del día. En el estado de Victoria ese orden se estableció ya en 2020; otras regiones —incluyendo Nueva Gales del Sur, Australia del Sur y Tasmania— se unieron a la iniciativa a finales de 2023, y Queensland introdujo restricciones a principios de 2024.

Los directores de las escuelas señalan que, tras la introducción de las prohibiciones, el inicio de las clases se volvió más organizado, la cantidad de interrupciones por notificaciones disminuyó y el ambiente en los recreos cambió: los niños juegan, hablan e interactúan con el personal con más frecuencia. En informes tanto de instituciones públicas como privadas se registra una reducción de conflictos y una mejora en la calidad de la enseñanza. Según una encuesta entre directores en Nueva Gales del Sur, el 95% de los encuestados sigue apoyando la prohibición. Más del 80% considera que contribuyó a una mejor asimilación del contenido y reforzó los vínculos sociales.

Investigaciones en Australia del Sur también han observado un aumento de la participación en clase y una disminución de incidentes graves. En este contexto, varios estudiantes que antes usaban activamente sus teléfonos reconocen que la falta de acceso a los dispositivos les ayudó a concentrarse mejor, evitar humillaciones en línea y sentirse más seguros. Algunos alumnos señalan que esto también redujo las posibilidades de copiar y les dio un respiro de la presencia constante en internet.

Sin embargo, no todos recibieron las prohibiciones de forma positiva. Algunos estudiantes de último año consideran que esta medida solo aumentó el estrés y complicó las tareas para los docentes, especialmente en la parte del control del uso oculto de dispositivos. Hubo también críticas sobre el exceso de rigor: alumnos se quejaron de que los profesores podían abusar de la prohibición, usándola como motivo de presión.

No obstante, la mayoría de los responsables escolares coincide en que el efecto de la prohibición se percibe. El director de una escuela secundaria en Melbourne señaló la reducción del ciberacoso y un aumento de la concentración, pero también recordó que la ausencia de teléfonos inteligentes priva a los alumnos de funciones útiles —desde grabar hasta el acceso rápido a información de consulta—. En respuesta, las instituciones han optado por usar activamente tabletas escolares y materiales de enseñanza tradicionales.

Algunos especialistas en educación subrayan que gran parte del tiempo de los adolescentes transcurre fuera de la escuela, por lo que la regulación debe comenzar en las familias. También advierten que las investigaciones existentes no son lo suficientemente profundas para sacar conclusiones definitivas y piden estudios más rigurosos sobre el impacto real de las prohibiciones en el comportamiento y el rendimiento académico. Se menciona un estudio británico reciente que no encontró diferencias significativas entre alumnos de escuelas con prohibición y sin ella en indicadores como la salud mental, el sueño, las calificaciones y la disciplina.

Aunque la eficacia de la prohibición no es universal, las escuelas siguen considerándola parte de un enfoque integral de higiene digital. Junto con programas para desarrollar la inteligencia emocional, prevenir la ansiedad y mejorar el entorno escolar, puede convertirse en una herramienta útil. Como señalan los representantes de los centros educativos, los resultados alcanzados, aunque no revolucionarios, son apreciables y por ello merecen atención.

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